miércoles, 27 de abril de 2011

Sanar



Las lágrimas van al cielo
Y vuelven a tus ojos desde el mar
El tiempo se va, se va y no vuelve
Y tu corazón va a sanar
Va a sanar
Va a sanar

La tierra parece estar quieta
Y el sol parece girar,
Y aunque parezca mentira
Tu corazón va a sanar
Va a sanar
Va a sanar
Y va a volver a quebrarse
Mientras le toque pulsar

Y nadie sabe por qué un día el amor nace
Ni sabe nadie por qué muere el amor un día
Es que nadie nace sabiendo, nace sabiendo
Que morir, también es ley de vida.

Así como cuando enfríe
Van a volver a pasar
Los pájaros, en bandadas,
Tu corazón va a sanar
Va a sanar
Va a sanar

Y volverás a esperanzarte
Y luego a desesperar
Y cuando menos lo esperes
Tu corazón va a sanar
Va a sanar
Va a sanar
Y va a volver a quebrarse
Mientras le toque pulsar

Jorge Drexler

viernes, 22 de abril de 2011


Un resfriado ocurre cuando el cuerpo no llora... Un dolor de garganta aparece cuando no es posible comunicar las aflicciones... El estómago arde cuando la rabia no consigue salir... La diabetes invade cuando la soledad duele... El cuerpo engorda cuando la insatisfacción aprieta... El dolor de cabeza deprime cuando las dudas aumentan.... El corazón renuncia cuando el sentido de la vida parece terminar... Las uñas se quiebran cuando las defensas están amenazadas ... El pecho aprieta cuando el orgullo esclaviza... La presión sube cuando el miedo aprisiona... Las neurosis paralizan cuando el "niño interno" tiraniza... La fiebre sube cuando las defensas detonan las fronteras de la inmunidad....   ¿Y tus dolores callados? ¿Cómo hablan ellos a tu cuerpo? Elige qué hablar... con quién hacerlo... dónde , cuándo y cómo! Solo los niños cuentan todo, a cualquier hora, de cualquier forma....   Elige a alguien que pueda ayudarte a organizar las ideas, a armonizar sensaciones y a recuperar la alegría. Todos necesitamos saludablemente de un oyente interesado... Pero todo depende, principalmente, de nuestro esfuerzo personal en que se produzcan los cambios que deseamos para nuestra vida....... "   
"EL CUERPO SUSURRA O GRITA, LO QUE LA MENTE NO COMPRENDE"

lunes, 18 de abril de 2011

descartar tranquilamente


No se lamentan los sabios,
descartan las penas.
Dhammapada
La pena hay que descartarla,
no hay que echarla a la basura,
no hay que toquetearla ni clasificarla,
tampoco dársela a los menos afortunados,

hay que descartarla como las células viejas
como las escamas de la piel en la ducha,
descartarla como el largo cabello
prendido en un peine puntiagudo.

Una parte que no es parte
no puede apenarnos de nuevas.

No se lamentan los sabios,
no lloran, no miran con ojos dolientes,

se sientan en una quietud sagrada,
la paz es… descartar tranquilamente.
Mary Sue Koeppel  
tomado de la página de la Asociación Maestro Ekhart 

miércoles, 6 de abril de 2011

martes, 5 de abril de 2011

Candela, Fernando e Isaías


Todos los viernes Candela, madre soltera, se levantaba temprano, llevaba la niña al colegio y luego se refugiaba en una cafetería acogedora y cálida donde tomaba el desayuno y escribía poemas de amor.
Porque Candela, que toda la semana se dedicaba a su casa, su trabajo, su hija, necesitaba desahogar todo aquel torrente arremolinado que corría por sus venas y que apenas tenía tiempo de materializar siquiera en pensamientos. Así que los viernes ella se daba permiso para calentar una lasaña de Mercadona para  el  almuerzo, y así disponía de la mañana  para sus versos.
Y allí le salían a borbotones desordenados las más arrebatadas palabras de amor, las más tiernas y delicadas y las más desesperadas y dolorosas, llenas de deseos inexpresables y fantasías descontroladas. Todo le salía así, como una llamarada violenta que elevaba 2 grados la temperatura de la cafetería, entre el té con leche y el croasán, entre lágrimas, suspiros y sonrisas avergonzadas por las miradas furtivas de los camareros.

El nuevo vecino de Candela, causante de todo este desaguisado hormonal, era un hombre reservado, seco, parco, pero de cierta afabilidad distante. Fernando, un hombre maduro, de buen ver, recién había llegado al barrio, justo a la casa de al lado de Candela. Apenas había hablado con esa mujer, pero ella ya se había ofrecido a ayudarle en un par de trámites en los días en que se instaló en su nueva casa. También le llevó la cena aquel día en que hubo apagón general y la cocina vitro no funcionó. Era guapa aquella mujer, pero no era de su interés. De vez en cuando hasta le provocaba rechazo verla con esa falda de campana, hecha de retales. Tanto rojo vermellón le resultaba irritante, no soportaba las salidas de tono. Últimamente tenía la sensación de encontrársela cada vez que abría la puerta. Solía ofrecerse para ayudarle en cualquier cosa. Él lo aceptaba siempre que le venía bien. Pero Fernando no sentía agradecimiento. Fernando vivió su infancia de pobre en un barrio de niños ricos a los que siempre miró con desprecio y envidia. Aprendió a tomar de los demás como una compensación que le debía la vida, a la que no tenía que retornar nada. Para él era natural pedir y que le dieran. Simplemente. Así que jamás vió a Candela como algo más que una proveedora de chirriante falda rojo vermellón.

Ese lunes Isaías decidió ponerse en marcha después de tres años paralizado, sin atreverse a dar el primer paso. Sin  pensar, a primera hora, se acercó a casa de Candela. Ella le abrió la puerta y vio sorprendida a aquel hombre flaco y nervioso que tantas veces se encontraba en la panadería. “Hola. Por favor, acéptame esto”. Él le entregó  con manos temblorosas una caja de zapatos. Y, como si quisiera difuminarse en el paisaje, sonrió con tristeza, dio la vuelta y caminó sin pisar, en dirección contraria.
Candela, sorprendida, miró mecánicamente la puerta de su vecino, por si tenía  suerte y se materializaba su obsesión en forma de hombre. Pero no. Cerró la suya y, curiosa, abrió la caja de zapatos. Estaba llena de papeles, hojas de libreta, trozos de papel de envolver de la panadería, servilletas, algún clínex, hasta un envoltorio de caramelo. Tomó el primer papel arrugado y empezó a leer. Candela se sentó despacio y se introdujo sin dificultad en un mundo de poemas de amor deslavazados en variados papeles que mostraban que fueron escritos en cualquier parte al calor de un arrebato. Poemas de amor llenos de alegría, de desconsuelo, de deseos, de pasión rojo vermellón. No pudo dejar de leer hasta que hubo bebido cada uno de los poemas que le hablaban de un mundo paralelo al suyo, tan igual, tan intenso, que no pudo  por menos sentir que eran almas gemelas llenas de amor, que miraban en direcciones equivocadas, que se golpeaban con paredes inertes, sin puertas que atravesar. Las lágrimas corrían por sus mejillas, las mangas se humedecían absorbiendo sus mocos, incapaz de levantarse ante la aplastante verdad de los amores desencontrados.

En ese momento sonó el timbre. De forma lenta y automatizada se acercó a abrir. Era Fernando, el vecino, a quien vio como si un zoom lo alejara empequeñeciéndolo. Fernando miró la lágrimas, los mocos, la camisa llena de goterones. “ Se me acabó el café, ¿me das un poco?”. Y le tendió un vaso de cristal viejo y mate. Candela volvió, lenta, sobre sus pasos hasta la cocina. Llenó el vaso de café molido y luego se lo dio. Fernando, sin dar las gracias, con unas turbias palabras que parecían dar a entender que ya se lo devolvería, entró en su casa.
Candela, con los ojos hinchados, miró el cielo. Amanecía. Bajó la mirada y allá lejos vio al panadero, gordito y bonachón, abriendo la puerta de la panadería.
RM, 4-5 abril 11, AQUÍ



lunes, 4 de abril de 2011

Todo se transforma


Tu beso se hizo calor,
Luego el calor, movimiento
Luego gota de sudor
Que se hizo vapor, luego viento
Que en un ricón de La Rioja,
Movió el aspa de un molino
Mientras se pisaba el vino
Que bebió tu boca roja

Tu boca roja en la mía,
La copa que gira en mi mano,
Y mientras el vino caía
Supe que, de algún lejano rincón
De otra galaxia, el amor que me darías
Transformado volvería, un día, a darte las gracias

CORO
Cada uno da lo que recibe
Luego recibe lo que da
Nada es más simple
No hay otra norma
Nada se pierde
Todo se transforma

Todo se transforma

El vino que pagué yo,
Con aquel euro italiano,
Que había estado en un vagón
Antes de estar en mi mano
Y antes de eso, en Torino
Y antes de Torino, en Pratto
Donde hicieron mi zapato
sobre el que, caería el vino

Zapato que en unas horas,
Buscaré bajo tu cama
Con las luces de la aurora
Junto a tus sandalias planas
Que compraste aquella vez
En Salvador de Bahía
Donde a otro diste el amor, que hoy yo, te devolvería

CORO

Todo se transforma

Todo se transforma

Supe que, de algún lejano rincón
De otra galaxia, el amor que me darías
Transformado volvería, un día, a darte las gracias

CORO

Nada se pierde
Todo se transforma