martes, 6 de diciembre de 2011

gris obediente

 
Baja la rampa obediente. La rampa de la fábrica gris donde trabaja obediente. Regresa a casa obediente para descansar y comer lo suficiente para poder regresar al otro día.
Ricardo Amarillo Sanjuán es un hombre de 52 años, apocado, flaco, de ropas viejas bien cuidadas. Cada día de la semana hace lo mismo obedeciendo un patrón que nunca escribió pero que nunca puso en duda.
Los ojos de Ricardo se fueron llenando de una ojeras grises, del mismo tono de gris que tenía la fábrica. Hasta las paredes de la casa se fueron agrisando en los 35 años de rutina.
Al principio, los fines de semana, comía en casa de su madre. Luego, tras su fallecimiento, Ricardo come solo, se da un paseo por el barrio vacío a las 4 de la tarde del sábado, llega hasta el parque de San Isidro, mira los patos y la fuente de agua verde. 10- 15 minutos. Y vuelve. Cuando él regresa algunos vecinos empiezan a salir de sus casas, al cine de las 6, a comprar helado, a caminar al parque de San Isidro. La rutina es gris. El gris mezcla todos los colores y los mata con un poco de ceniza blanca.
Pero Ricardo no es infeliz. Al menos no lo sabe y eso le ahorra infelicidad. Ricardo no se plantea hacer algo nuevo, su vida es así y así está bien.
Sube las escaleras de su edificio. “...probablemente ya de mí te hayas olvidado...”. Sale música entre las rendijas de la puerta de la vecina del tercero, esa mujer entradita en carnes, que habla un poco alto.

En una playa de las costas andaluzas, una mujer entradita en carnes, con algunas canas, gritando un poco más alto de lo que aconsejan las buenas maneras, llama a su hija. “Verónicaaaa … Verónicaaaa... ven, no te me pierdas, quédate cerca”. La niña obedece. La madre de Verónica vuelve a reclinarse en la tumbona de alquiler. Se pone bronceador en todo el cuerpo y descansa dejando que todo el sol andaluz entre en su piel. Quiere que quede constancia de su paso por esta playa cuando acaben las vacaciones y regrese a casa, a la rutina, donde lo más lejos que puede llegar es al parque San Isidro a dar un paseo a la niña. Al menos el color que le devuelve el espejo la consuela por un tiempo.

Ricardo se sienta en el sillón desgastado y enciende la tele. La tele es lo único real que ocurre en su vida. Lo demás es humo gris. Y lo real le moviliza neuronas que él no alcanza a percibir. Por eso está tan sorprendido y asustado con un deseo creciente que se asienta en su pecho. No entiende esta necesidad nueva, cuando toda su vida se sintió completo, o, al menos, nunca detectó ningún agujero en su día a día. Ahora tiene miedo de sí mismo y del ogro que le crece dentro.
Ricardo ve la tele con la misma obediencia rutinaria con que lo hace todo. Por eso no es conciente de cuándo empezó el programa Españoles en el mundo. Ni de cómo sonríe bobaliconamente viendo la felicidad de otros que un día decidieron empezar una vida nueva en un nuevo país. Por eso no puede creer esa frase que se repite ya a cada hora en su cerebro lleno de materia gris: “quiero ser protagonista de Españoles en el mundo, quiero ser protagonista de españoles en el mundo, quiero...” La frase se repite cada vez más rápido, cada vez más alta. Está empezando a sentir una opresión en el pecho que no le deja respirar. Es algo nuevo que le asusta. Por primera vez en su vida, se levanta del sillón a las 6 de la tarde del sábado, apaga la tele y sale a caminar a ver si se le pasa esta agonía que le hormiguea por todo el cuerpo. Baja las escaleras. La vecina del tercero sigue oyendo “...se me olvidó otra vez que habíamos terminado, que nunca volverás, que nunca me quisiste, se me olvidó ooootra veeeez que sólo yo te quise...” En ese momento su puerta se abre y ella se asoma gritando “Verónicaaa, sube a merendaaar”. Ella se siente demasiado gritona cuando se encuentra la mirada de Ricardo.
Ricardo, en cambio, sólo ve el color bronce, saludable, brillante, de la piel de ella. La frase de sus miedos se ralentizó en su cabeza, sus pulmones pudieron respirar mejor y un poco de gris obediente empezó a desgajarse de su hoja de ruta. Quizá en las próximas vacaciones vaya a Yucatán. O a Malasia. O a Oslo.
octubre 2011

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