sábado, 5 de febrero de 2011

La tía Amelia


La tía Amelia cortaba siempre las punteras de sus zapatillas para que los dedos gordos de los pies, grandes, de uñas gruesas y amarillentas, pudieran vivir. Era fuerte, de gemelos duros y anchos, las caderas contundentes, el vientre abultado, las manos secas, rojas, manchadas de pecas. 
Sólo sus pequeños ojos azules reflejaban el infinito. Y, aunque a sus 55 años ningún hombre la había mirado, su pecho espléndido como dos almohadones y sus brazos musculosos de trabajar el campo, eran el lugar perfecto para perderse en el amor. Porque a esa mujer de pelo pajizo y mejillas quemadas por el sol, de ademanes de labriego, de respuestas cortas y cortantes, se le ablandaban los huesos, se le enternecían los movimientos y rebosaba una ternura capaz de mover las estrellas del cielo cuando amaba a alguno de aquellos hombres que nunca la vio.
 RM, 31-1-2011, aquí

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