lunes, 28 de febrero de 2011

los días buenos

Están los días buenos.
A veces me duele algo,
por costumbre, supongo, 
pero están los días buenos.
(al fondo, proyecto de gallinero,
gracias Cayetano)

martes, 22 de febrero de 2011

paseo


el elefante entero





En todos los juicios que yo hago sobre ti, hay un juicio sobre mí mismo... Y ambos son igualmente ciertos o falsos. Mientras piense que yo estoy en posesión de la verdad y tú no lo estás, crearé separación, desigualdad y estableceré las bases para que el sufrimiento se instale en mi vida. Lo mismo ocurre si pienso que tú posees la verdad y yo no.
La realidad es que ambos poseemos una parte de la verdad y una parte de ilusión. Los dos miramos al mismo elefante, pero tú ves la cola y yo veo el tronco. Cuando se mira por separado, la cola y el tronco parecen que no tienen nada en común. Sólo cuando se ve la totalidad del elefante es cuando la cola y el tronco, unidos, cobran sentido. No importa cuánto me esfuerce, me es imposible ver el significado de tu parte. La cola no comprende ni el porqué, ni la razón del tronco. La única forma en la que admitiré tu experiencia es aceptarla como cierta, de la misma manera que acepto la mía como tal.
Debo dar la misma credibilidad a tus percepciones que a las mías. Hasta que no establezcamos esta igualdad, la semilla del conflicto permanecerá entre nosotros. No es necesario que diga que tú tienes razón y que yo estoy equivocado. No necesito reemplazar mi verdad por la tuya, o vivir mi vida según tus premisas. Ni tampoco es preciso que diga que tú estás equivocado y que insista en que debes vivir tu vida según mis condiciones. Estas exigencias provienen de la inseguridad y de la falsa creencia de que, para amarnos los unos a los otros, debemos estar de acuerdo. No es cierto.
Para amarte debo aceptarte tal y como eres. Es lo único que debo hacer. ¡Pero eso es mucho! Aceptarte a ti tal y como eres, es una proposición tan profunda, como aceptarme a mí mismo tal y como soy. Es una tarea formidable, dada mi poca experiencia en este campo.
Permitir que tengas tu experiencia es el principio. Aprendo a respetar lo que piensas y sientes incluso cuando no me gusta o no estoy de acuerdo con ello. Incluso aunque me disguste.
En lugar de hacerte responsable del dolor que siento en relación a ti, aprendo a enfrentarme a mi propio dolor. Mi reacción a tu experiencia -positiva o negativa- me proporciona información sobre mí mismo.
El compromiso conmigo mismo y contigo es trabajar con mi propio dolor, no responsabilizarte a ti de él.
Sólo cuando te devuelva el don de tu propia experiencia, sin imponerte mis propios pensamientos y sentimientos sobre ella, te amaré sin condiciones.
Cuando acepte tu experiencia tal cual es, sin sentir la necesidad de cambiarla, te respetaré y te trataré como a un ser espiritual.
Mis pensamientos y sentimientos tienen importancia en sí mismos, pero no como comentarios o acusaciones a tu experiencia. Al comunicar lo que pienso o siento sin hacerte responsable de mis pensamientos y sentimientos, acepto mi propia experiencia y permito que tú tengas la tuya.
En las relaciones, al igual que en la conciencia, las dos caras de la moneda deben ser aceptadas como igualmente valiosas. Una persona no superará el conflicto hasta que la experiencia de ambas haya sido respetada.
La cuestión no es nunca el acuerdo, aunque lo parezca. La cuestión es: ¿Somos capaces de respetar nuestra experiencia mutuamente?
Cuando sentimos que la otra persona nos acepta tal y como somos, tenemos la motivación para adaptarnos el uno al otro. Adaptarse es hacerle al otro un lugar junto a nosotros; es no imponerse ni que se nos impongan.
Una vez que se llega a la adaptación, ambas partes moran juntas. El hombre y la mujer, el blanco con el negro, el rico con el pobre, los judíos con los cristianos. Aceptar nuestras diferencias es honrar la humanidad que tenemos en común, es bendecir mutua y profundamente la experiencia que compartimos.
De modo que la cola y el tronco discutirán hasta ponerse morados y ninguno de los dos ganará la discusión. Ambas experiencias son igualmente válidas. Al permitir que esto sea posible, el elefante empieza a cobrar forma. Al aceptar la validez de tu experiencia sin intentar cambiarla, sin intentar que sea algo más parecida a la mía, mi propia experiencia empezará a adquirir un mayor significado.
Cuando te contemplo como a un igual y no como a alguien que precisa ser educado, reformado o determinado, el significado de nuestra relación se revela por sí mismo. Cuando se le da la bienvenida a cada parte, el todo empieza a tomar forma y resulta más fácil comprender y apreciar el significado de las partes.
Un mundo que pretende conseguir un acuerdo, encontrará conflicto y sectarismo. Un mundo que proporciona un espacio seguro a la diversidad, encontrará la unidad esencial para convertirse en entero.
Frente a los opuestos tenemos dos opciones: resistirlos o abrazarlos. Si los resistimos, provocaremos un conflicto entre el yo y el otro. Si los aceptamos, los integraremos como agentes dinámicos y originaremos una transformación alquímica en el interior del yo.
 

Paul Ferrini.

martes, 15 de febrero de 2011

Envejecer no es para blandengues



...Estas cosas son las que le ponen a uno más nervioso: comprobar que ahora son mayorcísimos incluso los que eran más jóvenes que tú. La prueba inequívoca de que estás alcanzando los alrededores de la ancianidad no es verte viejo a ti mismo, sino empezar a encontrar viejísimos a todos los demás. Una tarde de verano, mi abuela, de noventa años, paseaba del brazo de mi tío, su hijo, profesor de instituto. Se cruzaron con unos treintañeros que les saludaron efusivamente, y ella preguntó: “¿Quiénes son?”. “Antiguos alumnos míos”, contestó mi tío. “¡Pero qué viejos!”, se asombró mi abuela, indignada ante semejante traición de la cronología. El mundo va envejeciendo a toda velocidad a tu alrededor, el vendaval del tiempo silba atronadoramente en tus oídos, pero por dentro tú te sigues sintiendo tan tonto y tan joven como siempre. Sólo que cada vez un poco más disociado de tu cuerpo.

...Envejecer no es fácil, desde luego. Vas perdiendo amigos, padres, amores, pelo, dientes, dioptrías, resuello, facultades mentales. Se te va empobreciendo el grosor de los huesos y de la esperanza. Y, sobre todo, el futuro se te achica estrepitosamente. Como dice Pere Gimferrer en Rapsodia (Seix Barral), su hermoso y reciente libro poético, “el tiempo nuestro es ya de despedida”.

La vejez, presiento (la veo ya asomar la pata en el horizonte como el lobo asomaba la amenazadora pezuña bajo la puerta), es la etapa heroica de la vida. “Hacerse mayor no es para blandengues”, reza un clásico refrán norteamericano (growing old is not for sissies: el original es un tanto homofóbico, porque sissy viene a ser como mariquita).Sin duda hay toda una épica en la ancianidad, en mantenerse vivo, entero, alegre, dispuesto a las novedades y los cambios, abierto al asombro y al aprendizaje, estoico ante el dolor y el decaimiento, ante el merodeo cada vez más cercano de la muerte.

Claro que, por otro lado, curiosamente, el año pasado se publicó una investigación que sostenía que la felicidad humana se reparte a lo largo de la vida en una curva con forma de U; esto es, que, por lo general, la gente se considera más dichosa en la juventud y en la vejez, mientras que el periodo más amargo cae entre los cuarenta y los cincuenta años, en torno a la crisis de la mediana edad. Son unos datos sorprendentes, pero si me pongo a pensar sobre ello creo que puedo intuir lo que hay detrás. Porque, si tienes suficiente dinero para pagar las necesidades básicas, y suficiente salud para ser autónomo, ser mayor te libera de ti mismo, de obligaciones tontas y de pamplinas. El héroe viejo conoce bien el valor inmenso y final de cada minuto, y eso forma parte tanto de su heroicidad como de su sabiduría. Sí, seguro que hacerse mayor no es para blandengues, pero también creo que, llegados a cierta edad, podemos intentar hacer de nuestra vida un hecho hermoso. Diseñar cada jornada con mimo, con sensibilidad y con la intensa conciencia de estar vivo. Que cada día sea un pequeño universo de sentido, una obra de arte.

Rosa Montero, completo aquí

miércoles, 9 de febrero de 2011

retornar

Yo voto por las botellas de cristal retornables, que sólo necesitan ser lavadas para su nuevo uso.
Como antes.
Y las de plástico, que hay que volver a fundir, sólo cuando sean necesarias, si es que lo son.
Dios proveerá

cielito lindo

Pedro Infante,
para María
y su familia

sábado, 5 de febrero de 2011

La tía Amelia


La tía Amelia cortaba siempre las punteras de sus zapatillas para que los dedos gordos de los pies, grandes, de uñas gruesas y amarillentas, pudieran vivir. Era fuerte, de gemelos duros y anchos, las caderas contundentes, el vientre abultado, las manos secas, rojas, manchadas de pecas. 
Sólo sus pequeños ojos azules reflejaban el infinito. Y, aunque a sus 55 años ningún hombre la había mirado, su pecho espléndido como dos almohadones y sus brazos musculosos de trabajar el campo, eran el lugar perfecto para perderse en el amor. Porque a esa mujer de pelo pajizo y mejillas quemadas por el sol, de ademanes de labriego, de respuestas cortas y cortantes, se le ablandaban los huesos, se le enternecían los movimientos y rebosaba una ternura capaz de mover las estrellas del cielo cuando amaba a alguno de aquellos hombres que nunca la vio.
 RM, 31-1-2011, aquí

martes, 1 de febrero de 2011

el hombre blanco



La organización no gubernamental Survival International ha publicado unas fotografías que muestran a una comunidad de indígenas no contactados residentes en territorio de Brasil y cuya supervivencia corre "grave peligro por la invasión de madereros ilegales" procedentes del otro lado de la frontera con Perú.