miércoles, 12 de septiembre de 2007


Le dolían los pies, así que se miró las manos. La derecha movía el lápiz que escribía en la libreta. Paraba. Las dos cogían el bocadillo y lo llevaban a la boca. Y de nuevo volvía a escribir. Estaban limpias, luminosas. La pulsera salpicaba gotitas de luz. El bocadillo estaba sabroso.
Los pies pedían atención. El relleno era agridulce: pechuga de pavo con manzana y mostaza. El zumo, de piña.
Los pies protestan, calientes, cansados, envueltos en esas playeras que dan tanto sofoco. El pan está algo crudo, chicloso. Una pena, con lo caro que cobran aquí ya podían tostarlo un poco más. La manzana no está pelada. Esperemos que, al menos, esté limpia. Las plantas de los pies se van calmando. Está rica la mostaza. La mano sigue escribiendo. Sus muchas sombras (hay muchas bombillas en el techo) juegan a su alrededor. Las mujeres de la otra mesa parecían elegantes, pero están criticando a una tercera ausente. La mano empieza a escribir más despacio. Tras el bocadillo el cuerpo se ralentiza, empieza a entrar en un ligero sopor. Los pies se relajan, empezando a olvidarse de sí mismos. La espalda se apoya en el respaldo, la otra se abandona en el muslo. Sólo la lengua parece tener trabajo intentando quitar restos de pan entre los dientes. La mano que escribe decide también dejar de escribir…

1 comentario:

Mari Triqui dijo...

A esto le llamo yo ser consciente de vivir en el momento PRESENTE...
Un beso.