Las mariposas de Rosita.
De camino al trabajo y a la vuelta de una esquina encontré el primero.
Una esquina húmeda y gris. Una esquina sin encanto había quedado iluminada por un mediano corazón rosa. Continué apresurada y en el suelo marcado de chicles, pisadas y huellas, encontré el segundo. Estaba depositado en el mismo suelo, descarado evidente. Este rosa no se escondía y éste corazón tampoco. Luego vino otro y más allá otro, a veces discretos, a veces descarados. Parecía que alguien se había propuesto sitiar a fuerza de “romanticismo” Coso Alto y aledaños . Algún espíritu romántico andaba suelto, armado con brocha y pintura y estaba dispuesto a expresarse.
Un escalofrío de envidia recorrió mí cuerpo. Finalmente llegué a la Escuela donde trabajo y comencé la jornada. Ese primer cuatrimestre trabajábamos sobre el color, sus teorías y su práctica. La clase discurría normalmente, yo trataba con los alumnos del trabajo que teníamos entre manos y revisábamos la práctica. Ordenar el color siempre me ha parecido una cuestión casi esotérica, así que intentábamos llegar a algún tipo de entendimiento.
Eso hacíamos con Yeray uno de los alumnos de éste curso, de aspecto grafitero, licenciado en Historia del Arte, confuso, crítico y decontextualizado, cuando de repente me da por fijarme en unas manchas rosas, salpicaduras idénticas en sus manos, en el pantalón,... que le delataron como el vándalo romántico que era. No pude por menos que soltar un ¡así que eres tú! Y Yeray con nombre de otro lugar, salió despavorido de clase bajo una capa de miradas risueñas.
Por un momento temí que hubiese ido corriendo a “corregir” con gris urbano su reguero de corazones… Aún no sé si fue una declaración de amor o una forma de protesta lo que le llevó a ir dejando aquel divertido viacrucis a su paso. Por suerte no los ha quitado y yo quise que las mariposas de Rosita hicieran compañía a los corazones de Yeray.
Pero estas mariposas son muy sensibles y no se quieren posar en cualquier sitio. Así que teniendo que elegir por ellas, lo he hecho recorriendo algunos lugares de esta ciudad con las mariposas de Rosita. Candela ha sido mi cómplice en la aventura de dejar mariposillas por aquí y por allá, aunque al principio le parecía una gamberrada impropia de su madre y se resistía a secundarme. Pero pronto aprendió a colocar con cierto disimulo las mariposas en el sitio elegido y nos ha gustado tanto la idea que seguramente seguiremos una lenta invasión, para que si un día quieres venir, te sientas como en casa.
De camino al trabajo y a la vuelta de una esquina encontré el primero.
Una esquina húmeda y gris. Una esquina sin encanto había quedado iluminada por un mediano corazón rosa. Continué apresurada y en el suelo marcado de chicles, pisadas y huellas, encontré el segundo. Estaba depositado en el mismo suelo, descarado evidente. Este rosa no se escondía y éste corazón tampoco. Luego vino otro y más allá otro, a veces discretos, a veces descarados. Parecía que alguien se había propuesto sitiar a fuerza de “romanticismo” Coso Alto y aledaños . Algún espíritu romántico andaba suelto, armado con brocha y pintura y estaba dispuesto a expresarse.
Un escalofrío de envidia recorrió mí cuerpo. Finalmente llegué a la Escuela donde trabajo y comencé la jornada. Ese primer cuatrimestre trabajábamos sobre el color, sus teorías y su práctica. La clase discurría normalmente, yo trataba con los alumnos del trabajo que teníamos entre manos y revisábamos la práctica. Ordenar el color siempre me ha parecido una cuestión casi esotérica, así que intentábamos llegar a algún tipo de entendimiento.
Eso hacíamos con Yeray uno de los alumnos de éste curso, de aspecto grafitero, licenciado en Historia del Arte, confuso, crítico y decontextualizado, cuando de repente me da por fijarme en unas manchas rosas, salpicaduras idénticas en sus manos, en el pantalón,... que le delataron como el vándalo romántico que era. No pude por menos que soltar un ¡así que eres tú! Y Yeray con nombre de otro lugar, salió despavorido de clase bajo una capa de miradas risueñas.
Por un momento temí que hubiese ido corriendo a “corregir” con gris urbano su reguero de corazones… Aún no sé si fue una declaración de amor o una forma de protesta lo que le llevó a ir dejando aquel divertido viacrucis a su paso. Por suerte no los ha quitado y yo quise que las mariposas de Rosita hicieran compañía a los corazones de Yeray.
Pero estas mariposas son muy sensibles y no se quieren posar en cualquier sitio. Así que teniendo que elegir por ellas, lo he hecho recorriendo algunos lugares de esta ciudad con las mariposas de Rosita. Candela ha sido mi cómplice en la aventura de dejar mariposillas por aquí y por allá, aunque al principio le parecía una gamberrada impropia de su madre y se resistía a secundarme. Pero pronto aprendió a colocar con cierto disimulo las mariposas en el sitio elegido y nos ha gustado tanto la idea que seguramente seguiremos una lenta invasión, para que si un día quieres venir, te sientas como en casa.
Gemma Quintana,
dibujante en las sobremesas,
escritora en las duermevelas
y risueña el resto del tiempo.
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